El sábado pasado, el río Sena se convirtió en el escenario de una celebración inusitada: por primera vez en más de un siglo, los parisinos pudieron zambullirse legalmente en sus aguas. Con gritos de “¡guau!” y “¡hace calor!”, el evento atrajo a numerosos ciudadanos que ansiosos esperaban su turno para disfrutar de un baño refrescante en un ambiente emblemático.
Las autoridades habían designado zonas específicas para el baño, incluyendo cubiertas de madera recién construidas cerca de la Torre Eiffel y la isla de Saint-Louis. Desde temprano, un funcionario municipal se encargó de limpiar el río, mientras los parisinos formaban filas con toallas y sonrisas, listos para disfrutar de esta experiencia única.
Los primeros nadadores fueron recibidos con aplausos y ovaciones, destacando la atmósfera festiva que se respiraba a orillas del Sena. Al mando de socorristas equipados, cada participante se colocó un salvavidas amarillo. Amine Hocini, un joven de 25 años, expresó su alegría: “Es tan agradable nadar en el corazón de la ciudad, sobre todo con las altas temperaturas que hemos tenido últimamente”.
Este momento histórico es parte de un gran esfuerzo de limpieza que costó 1.400 millones de euros y que coincide con los preparativos para los Juegos Olímpicos del año pasado. Según las autoridades, el río cumple con las normas de calidad del agua en la mayoría de los días, con niveles de bacterias muy por debajo de los umbrales oficiales.
La alcaldesa Anne Hidalgo, quien también se unió a la actividad, sostenía una botella de agua del Sena como símbolo de confianza en su calidad. Sin embargo, no todos estaban convencidos; algunos, como François Fournier, manifestaron su escepticismo, recordando la historia de contaminación del río.
A pesar de las precauciones, el evento desató sonrisas entre los que se atrevían a desafiar las aguas. Lucile Woodward, una vecina entusiasta, afirmó: “Es muy chic bañarse en el Sena, y no creo que el Ayuntamiento arriesgue la seguridad de todos”.