Comité editorial La respuesta
En la antesala de las elecciones presidenciales de Chile, José Antonio Kast, líder del Partido Republicano, ha emergido como una figura polarizante, cuya presencia en la prensa y redes sociales parece construir un culto a su personalidad más que destacar logros concretos de liderazgo o gestión. A pesar de su trayectoria como diputado y candidato presidencial, la narrativa mediática y digital en torno a Kast exalta cualidades que no siempre encuentran sustento en su historial político, lo que plantea preguntas sobre la profundidad de su propuesta y la percepción pública que se ha forjado.
Kast es presentado como un líder decidido, defensor de la libertad, el orden y los valores tradicionales. En redes sociales, donde cuenta con cientos de miles de seguidores, sus mensajes son amplificados por una estrategia que combina críticas al gobierno de Gabriel Boric, promesas de cambio radical y un discurso que apela a emociones como el miedo a la inseguridad o la nostalgia por un Chile idealizado. Publicaciones en X, por ejemplo, lo muestran como un cruzado contra el “caos” y el “crimen organizado”, con frases como “Chile necesita volver a creer”. Sin embargo, estas proclamas, aunque efectivas para movilizar a su base, carecen de un respaldo claro en resultados concretos de su carrera.
Durante sus 16 años como diputado, Kast presentó 255 proyectos de ley, de los cuales solo 19 se convirtieron en ley, muchos de ellos conmemorativos y de bajo impacto. Su asistencia parlamentaria en su último año fue de apenas un 41%, y su visibilidad fue mayor en matinales que en el hemiciclo, lo que sugiere una preferencia por la exposición mediática sobre la gestión legislativa. A pesar de esto, la prensa y sus seguidores en redes lo retratan como un líder con “determinación y convicción”, cualidades que no se reflejan en un historial robusto de logros legislativos o administrativos.
En lugar de un proyecto político articulado, Kast ha capitalizado la polarización y el resentimiento. Su discurso, descrito como “pasivo-agresivo” por analistas como Alberto Mayol, no busca construir hegemonía, sino dividir entre “chilenos de bien” y “traidores”. Esta narrativa, amplificada en redes sociales, genera una imagen de liderazgo mesiánico, pero no aborda cómo implementaría sus promesas, como el “Escudo Fronterizo” o la “Recuperación Territorial”. La prensa, por su parte, a menudo resalta su carisma y conexión con sectores conservadores, pero rara vez escudriña la viabilidad de sus propuestas o su capacidad para gobernar un país complejo.
El culto a la personalidad de Kast se refuerza por su habilidad para posicionarse como un outsider, pese a su larga trayectoria en la UDI y el establishment político. Su imagen de “hombre de principios” contrasta con críticas que lo acusan de sistematizar la desinformación, como falsas afirmaciones sobre Boric o la migración. Mientras las redes lo elevan como un salvador, la falta de evidencia de su capacidad de gestión sugiere que su liderazgo es más un constructo mediático que una realidad comprobable. En un Chile que necesita soluciones concretas, la pregunta persiste: ¿es Kast un líder transformador o un producto de la polarización digital?