El reciente despliegue de tropas estadounidenses, compuesto principalmente por infantes de marina, buques de guerra, aviones y un submarino nuclear, ha encendido las alarmas en América Latina y más allá. Las fuerzas están ubicadas peligrosamente cerca del límite del mar territorial venezolano, un movimiento que oficialmente se justifica como una medida paracombatir el narcotráfico. Sin embargo, muchos analistas sugieren que el verdadero objetivo es establecer un control efectivo sobre el tráfico marítimo y aéreo en el arco suroriental del mar Caribe.
El gobierno de Venezuela ha respondido con firmeza, calificando esta operación como una clara amenaza a su soberanía. Nicolás Maduro, presidente del país, afirmó en una reunión con gobernadores y alcaldes del Gran Polo Patriótico Simón Bolívar que “nuestros mares, nuestro cielo y nuestras tierras las defendemos nosotros; ningún imperio va a venir a tocar suelo sagrado de Venezuela”.
Este despliegue militar recuerda a las acusaciones realizadas en 2020 por la administración Trump, que había señalado a Maduro como narcotraficante, invocando la existencia de un ficticioCartel de los Soles. Aquel intento de intervención terminó en un rotundo fracaso, pero parece que los planes de Washington no han cambiado.
Es crucial no subestimar la situación, ya que esta amenaza es parte de una guerra sicológica. La hegemonía estadounidense se siente retada por potencias que promueven un nuevo orden mundial, más multipolar y solidario, una perspectiva que en Washington se percibe como peligrosa. Con la creciente fortaleza de los BRICS, principalmente a través de la alianza entre China, Rusia e India y sus reservas energéticas, el control sobre Venezuela se vuelve un asunto estratégico para la supervivencia del imperio estadounidense.
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