8 Oct 2025, Mié

¿Es la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos un mecanismo de dominación global?

Cómite editorial La Respuesta

En un mundo interconectado, la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) de Estados Unidos se presenta como un marco para proteger los intereses estadounidenses y promover la estabilidad global. Pero, ¿qué pasa si examinamos más de cerca sus implicaciones? Bajo la administración actual en 2025, con un enfoque “América Primero” que prioriza la defensa de la patria y alianzas transaccionales, surge la pregunta: ¿no podría esta estrategia servir, en realidad, para asegurar el acceso a recursos extranjeros y mantener el sometimiento de otras naciones a los objetivos económicos y políticos de Washington? Analicemos esto de manera objetiva, considerando evidencias históricas y actuales. Históricamente, las políticas de seguridad de EE.UU. han entrelazado defensa con expansión. Desde el siglo XIX, con la Doctrina Monroe que declaraba el Hemisferio Occidental como esfera de influencia estadounidense, hasta intervenciones en el siglo XX como el derrocamiento de gobiernos en Irán (1953) por control petrolero o en Guatemala (1954) para proteger intereses bananeros de empresas como United Fruit, la seguridad nacional ha coincidido con la extracción de recursos.
¿Es coincidencia que estas acciones beneficiaran directamente a corporaciones estadounidenses, mientras subyugaban economías locales a un modelo dependiente? Críticos argumentan que esto refleja un imperialismo económico, donde la “seguridad” justifica la dominación para mantener flujos de materias primas como petróleo, minerales y mano de obra barata. En la ESN de 2025, delineada en borradores del Departamento de Defensa, se enfatiza la disuasión contra competidores como China y Rusia, junto con la modernización de fuerzas para dominio espacial y cibernético. Sin embargo, ¿no revela esto una agenda más profunda? El documento prioriza alianzas condicionales a contribuciones medibles, como compras de armas o acceso a minerales críticos, lo que obliga a naciones aliadas a alinearse con intereses estadounidenses o enfrentar sanciones.


Por ejemplo, en el Indo-Pacífico, la disuasión contra China incluye controles de exportación y aranceles que aíslan económicamente a Pekín, asegurando que recursos como tierras raras—esenciales para tecnología—fluyan hacia EE.UU. en lugar de competidores.
¿No es esto una forma sutil de subyugación, donde países en desarrollo deben ceder soberanía económica para evitar aislamiento? Militarmente, la red global de más de 800 bases estadounidenses, coordinada por comandos unificados, se justifica como disuasión estratégica. Pero, ¿qué rol juegan en la extracción de recursos? En África, a través de AFRICOM, operaciones contra “terrorismo” coinciden con el acceso a minerales como cobalto y litio, vitales para baterías y electrónica.
Críticos señalan que esto perpetúa un “hiper-imperialismo”, donde el control militar asegura cadenas de suministro para corporaciones estadounidenses, mientras clientelas locales corruptas mantienen el statu quo a cambio de apoyo.
En Oriente Medio, intervenciones como el apoyo a ataques contra Irán en 2025 protegen rutas petroleras, no solo contra amenazas, sino para dominar mercados energéticos globales.
¿No sugiere esto que la “seguridad” es un eufemismo para saquear recursos, dejando a naciones subyugadas en ciclos de dependencia y conflicto?Económicamente, herramientas como sanciones—descritas como “mecanismos disciplinarios” para mantener el neo-imperialismo—castigan a países que desafían la hegemonía estadounidense, como Venezuela o Cuba, forzándolos a ceder activos o mercados.
Bajo Trump, tarifas del 25% a México y Canadá, o 10% a China, se enmarcan como protección nacional, pero ¿no actúan como guerra económica para someter rivales y extraer concesiones?
Esto revive la Doctrina Monroe, tratando el hemisferio como esfera de influencia, donde amenazas de anexión (como a Groenlandia o Panamá) aseguran control sobre recursos árticos o canales comerciales.
Culturalmente, la exportación de valores estadounidenses a través de ayuda condicionada promueve un “mundo americanizado”, pero ¿no erosiona soberanías al imponer modelos que benefician a multinacionales? Autores destacan cómo esto crea “clientes brutales y corruptos” en el extranjero, impidiendo cambios sociales que amenacen intereses imperiales.
En resumen, mientras la NSS se vende como defensa, sus componentes—militares, económicos y diplomáticos—plantean interrogantes sobre su verdadero fin. ¿No indica la priorización de recursos críticos y alianzas transaccionales un patrón de imperialismo moderno, donde la subyugación asegura prosperidad estadounidense a expensas de otros? Examinar esto objetivamente invita a reflexionar: en un mundo multipolar, ¿puede la seguridad verdadera coexistir con tales dinámicas de poder desigual?

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