El monte Everest, símbolo de conquista y resistencia, se ha convertido en escenario de una pesadilla blanca. Una ventisca de intensidad inédita ha atrapado a centenares de escaladores a gran altitud, bloqueando rutas, destruyendo campamentos y sumiendo a los expedicionarios en un silencio gélido. En la montaña más alta del planeta, donde el aire escasea y el margen de error es mínimo, cada hora cuenta.
Una tormenta fuera de control
El desastre se desencadenó en cuestión de horas. Lo que comenzó como una jornada de ascenso aparentemente estable se transformó en una tormenta monumental, con vientos huracanados y visibilidad prácticamente nula. La nieve acumulada supera ya el metro, y los equipos de rescate describen un panorama de caos absoluto en las laderas del Everest, en Nepal.
Meteorólogos locales habían advertido sobre la posibilidad de nevadas intensas, pero la magnitud del fenómeno superó todas las previsiones. Se estima que unas 300 personas han sido rescatadas, mientras que alrededor de 250 alpinistas, porteadores y guías siguen atrapados en distintos campamentos. Algunos lograron refugiarse en tiendas reforzadas; otros permanecen expuestos al frío extremo, donde las temperaturas nocturnas descienden a -25 °C.
Rescates al límite en la cumbre del mundo
El operativo de rescate se enfrenta a condiciones críticas. La visibilidad casi nula impide el uso de helicópteros, y los socorristas avanzan a pie, abriéndose paso lentamente entre la nieve compacta. Las autoridades de Nepal y China han movilizado refuerzos, pero admiten que el rescate completo podría tardar varios días.
Mientras tanto, la comunidad internacional de montañismo sigue con angustia las actualizaciones. La tragedia evoca los episodios mortales de 2014 y 2015, cuando tormentas y avalanchas arrasaron los campamentos del Himalaya y se cobraron decenas de vidas. Hoy, el temor a una repetición de aquel desastre vuelve a recorrer la montaña más temida del planeta.
La montaña que no perdona
El Everest, la cumbre de 8.849 metros que se alza en el corazón del Himalaya, atrae cada año a miles de aventureros que buscan conquistar su cima. Sin embargo, en esta cordillera el clima puede cambiar en minutos, y la naturaleza no concede segundas oportunidades. Las temporadas más seguras —abril a mayo y septiembre a octubre— ofrecen breves ventanas de ascenso antes y después del monzón. Pero esta ventisca, sin signos de debilitarse, ha recordado que el Everest sigue siendo un territorio indomable, donde la vida humana depende de un equilibrio frágil entre valentía y supervivencia.
En la “zona de la muerte”, el aire es escaso, el frío es letal y cada paso puede ser el último. Hoy, el techo del mundo vuelve a reclamar respeto… y silencio.