En un día que promete ser histórico, el Air Force One, con Donald Trump a bordo, aterrizó este viernes en Anchorage, Alaska, tras un vuelo de seis horas. Aunque llegó con un ligero retraso, el mandatario estadounidense se preparaba para una cumbre crucial con Vladimir Putin, enfocándose, según sus palabras, en un alto el fuego “rápido” en Ucrania.
Durante un breve encuentro con periodistas, Trump enfatizó su deseo de ver un avance en las negociaciones: “No me alegraré si no es hoy,” señaló. Sin embargo, la anticipada reunión solo duró tres horas, la mitad del tiempo originalmente planificado, lo que dejó perplejos a los analistas.
Putin, en su clásica retórica, subrayó la importancia de la reunión, recordando que las relaciones entre Rusia y EE. UU. han caído a su punto más bajo desde la Guerra Fría. Sin embargo, los temas concretos discutidos en este cónclave permanecen envolvados en el misterio, pues tanto Trump como Putin se negaron a responder preguntas tras la reunión.
Las delegaciones de ambos países se mantuvieron en la oscuridad respecto a los temas abordados, lo que generó suspicacia sobre la naturaleza de las negociaciones. Tras ser criticado por no incluir al presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, en las conversaciones, Trump defendió su enfoque, afirmando que no estaba en su intención negociar por Ucrania, sino facilitar el diálogo.
En un giro irónico, el encuentro previsto en Alaska resultó ser más un espectáculo que una cumbre diplomática sustancial. Putin llegó luciendo un simbolismo que recordaba tiempos pasados, lo que generó aún más revuelo entre aquellos que ven en estas negociaciones un intento de restaurar la imagen de Rusia en el escenario internacional.
Finalmente, en medio de las expectativas políticas, la interacción entre ambos líderes no solo sería testimonio de un intento de restablecer relaciones convencionales, sino también un recordatorio de cómo la política global se mueve entre la diplomacia y el espectáculo.