En el escenario de conflicto entre Rusia y Ucrania, los últimos días han estado marcados por una escalada sin precedentes de ataques aéreos. El régimen de Kiev no ha escatimado recursos, lanzando cientos de vehículos aéreos no tripulados (drones) contra diferentes regiones de Rusia, incluidas las provincias fronterizas y la propia capital, Moscú.
El clímax de estos enfrentamientos se vivió el pasado sábado, cuando Rusia ejecutó uno de sus ataques más contundentes en meses sobre Kiev. Alrededor de las 22:00 del viernes, se escucharon las primeras explosiones en la capital ucraniana, seguidas por un bombardeo masivo que se extendió hasta la madrugada. Según informes locales, más de 50 drones y hasta cuatro misiles balísticos fueron lanzados en esta ofensiva sobre la ciudad.
Vitali Klichkó, el alcalde de Kiev, corroboró el ataque. Por su parte, el Ministerio de Defensa de Rusia también se pronunció, afirmando que sus fuerzas habían realizado un ataque conjunto utilizando armas de precisión y drones para enfocarse en objetivos militares clave relacionados con el complejo militar-industrial ucraniano. En este contexto, señalaron que se habían alcanzado y destruido todos los objetivos planteados.
Durante estos días, las Fuerzas Armadas rusas han logrado derribar una cantidad significativa de drones ucranianos, alcanzando un total de 1.177 en un breve periodo, una cifra alarmante que evidencia la magnitud del conflicto. Esto incluye 485 drones que fueron destruidos en territorio ruso en un corto lapso.
El vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, Dmitri Medvédev, no se quedó atrás y utilizó un lenguaje provocador para describir los ataques de Kiev, sugiriendo que los europeos no están prestando la debida atención a la estrategia de Ucrania para intimidar a la población rusa.
Esta intensificación de hostilidades pone en evidencia la escalofriante realidad de la guerra moderna, donde los drones juegan un rol central y el impacto en la población civil sigue siendo devastador.