Por larespuestacl 
El último mes ha sido crítico para la seguridad en el Sahel, donde los grupos yihadistas han desatado una serie de ataques en Malí, Níger y Burkina Faso, resultando en más de 300 muertes, principalmente de soldados. Estos eventos evidencian la capacidad organizativa de los terroristas, desafiando así la narrativa de las juntas militares que aseguran estar ganando la guerra contra el extremismo.
En Malí, la situación se ha vuelto especialmente alarmante. El 23 de mayo, un ataque a la base militar de Dioura dejó a 40 soldados muertos, y una semana después, un asalto en el campo de Boulkessi cobró la vida de al menos 30 militares. La reciente doble ofensiva en Tombuctú dejó un saldo de 60 víctimas, mientras que en solo dos semanas, alrededor de 150 militares han sido asesinados.
El ejército maliense ha admitido la creciente intensidad de los ataques, mientras que el Gobierno ha impuesto un toque de queda en varias regiones críticas, en un intento por controlar la creciente violencia.
Los ataques son atribuidos al Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), que ha consolidado su poder en la región. El auge de la violencia yihadista se está intensificando, con 240 ataques en solo cinco meses, un número que duplica el año anterior.
En Níger, otro ataque devastador fue perpetrado por el Estado Islámico del Sahel, dejando 58 soldados muertos en un solo evento.
Según el Índice Global del Terrorismo, el Sahel representa el 51% de las muertes por terrorismo a nivel mundial, un dato alarmante que subraya la gravedad de la situación.
La llegada de juntas militares al poder en estos países ha llevado a un viraje en la estrategia antiterrorista, con un acercamiento a Rusia y un alejamiento de Europa por su pasado colonial. Aunque se ha creado una fuerza militar conjunta de 5.000 efectivos, la actividad yihadista sigue siendo una amenaza inminente.